Del Homo Sapiens al Homo Miseratis
Hace poco reparaba en YouTube en la presentación del primer IPhone que hacía Steve Jobs. Resulta maravilloso escuchar a la gente aplaudir y gritar en un éxtasis colectivo cuando Jobs enseña que la pantalla es táctil y todas sus funciones, por tanto, se gestionan con el dedo.
¿Sabe usted en qué año sucedió eso? En 2007. Sí, apenas 11 años.
Cuando hablamos de la evolución del ser humano solemos hacerlo en términos tecnológicos. Desde las primitivas herramientas de sílex hasta la carrera espacial todo ha supuesto un desarrollo exponencial que se pone de manifiesto cuando vemos hechos de apenas 10 o 20 años que parecen antediluvianos.
Considerar la evolución humana en términos de tecnología resulta demasiado reduccionista. Sin embargo, de vez en cuando se dan acontecimientos ajenos a los chips que nos sitúan también en la cúspide del desarrollo. Hablo del rescate de los niños tailandeses.
Indudablemente, para proceder a su rescate ha sido necesaria cierta tecnología, pero por encima de todo se han dado tres elementos que, si bien no son exclusivos de los sapiens, sí lo son en cuanto a su alcance y al lugar relevante que ocupan en nuestra sociedad. Estos son:
- Compasión
- Colaboración
- Difusión
Tres características que nos hacen más humanos si cabe. Me extenderé un poco más en el primero, la compasión.
Se trata de un sentimiento de aflicción compartida cuando vemos a otro ser sufrir, no necesariamente humano.
La compasión ha sido registrada en fósiles muy antiguos, cuando se han encontrado restos de homínidos que con serias taras han sobrevivido durante años. Como aquella niña de unos 12 años encontrada en Atapuerca y que sufría una encefalopatía congénita. Solo desde el cuidado de sus mayores esta niña podría haber llegado a esa edad.
La compasión no es universal, no es un sentimiento indiscriminado, sigue unas pautas. Esta, por ejemplo, se da más hacia personas individuales que grupos. El pobre Aylan Kurdi que con solo tres años apareció muerto en las playas de Italia removió más conciencias que los cientos que fallecen todos los años en el Mediterráneo.
Además, para sentir realmente compasión, necesitamos que se den tres elementos más. Estos son:
- Que el malestar del otro sea realmente serio, importante. Uno no siente compasión por la eliminación de España del Mundial, pero sí por la familia desahuciada.
- Que el daño no sea autoinfligido. Somos muy dados al “tú te lo has buscado” con lo que juzgamos y sentenciamos las penalidades del otro.
- Que podamos proyectarnos en la situación de dolor y buscar una base de identificación. El Niño Aylan tenía la misma edad que mis hijas.
La compasión nos moviliza para mitigar, si no eliminar, el dolor ajeno. Es la fuerza, el catalizador, la motivación necesaria para ponernos en marcha, para arremangarnos. Luego, por medio de la colaboración logramos alcanzar metas realmente desafiantes que de manera individual nos conduciría al fracaso.
Así que la próxima vez que alguien le ponga como único ejemplo de la evolución el último artilugio tecnológico de Apple, abrácele y compadézcale por su estrechez de miras.
Antonio Pamos
Socio-Director de Facthum Spain y Facthum aRH